Nuevo Taller

Todo nuevo:Horarios , días y temática. Lugar:Corrientes 328. Local 4. Días Martes 18hs Sábado a las 10 y posiblemente el viernes a las 18 para ¡principiantes!. En los dos primeros el motivo o línea conductora de este año será Cortázar . Junto a él iremos transitando los secretos de la escritura. Espero vuestra presencia y estimaré muchísimo su divulgación. Comenzamos el martes 11 de marzo a las 18.































sábado, 22 de febrero de 2014

Las palabras

"Las Palabras" de Julio Cortázar Charla pronunciada en el centro cultural La Villa de Madrid en 1981. Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer corno piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas corno monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados. Los que asistimos a reuniones como ésta sabemos que hay palabras-clave, palabras-cumbre que condensan nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, y que deberían brillar como estrellas mentales cada vez que se las pronuncia. Sabemos muy bien cuales son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos: libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre muchas otras. Y ahí están otra vez esta noche, aquí las estamos diciendo porque debemos decirlas, porque ellas aglutinan una inmensa carga positiva sin la cual nuestra vida tal como la entendemos no tendría el menor sentido, ni como individuos ni como pueblos. Aquí están otra vez esas palabras, las estamos diciendo, las estamos escuchando Pero en algunos de nosotros, acaso porque tenemos un contacto más obligado con el idioma que es nuestra herramienta estética de trabajo, se abre paso un sentimiento de inquietud, un temor que sería más fácil callar en el entusiasmo y la fe del momento, pero que no debe ser callado cuando se lo siente con fuerza y con la angustia con que a mí me ocurre sentirlo. Una vez más, como en tantas reuniones, coloquios, mesas redondas, tribunales y comisiones, surgen entre nosotros palabras cuya necesaria repetición es prueba de su importancia; pero a la vez se diría que esa reiteración las está como limando, desgastando, apagando. Digo: "libertad" digo: "democracia", y de pronto siento que he dicho esas palabras sin haberme planteado una vez más su sentido más hondo, su mensaje más agudo, y siento también que muchos de los que las escuchan las están recibiendo a su vez como algo que amenaza convertirse en un estereotipo, en un clisé sobre el cual todo el mundo está de acuerdo porque ésa es la naturaleza misma del clisé y del estereotipo: anteponer un lugar común a una vivencia, una convención a una reflexión, una piedra opaca a un pájaro vivo. ¿Con qué derecho digo aquí estas cosas? Con el simple derecho de alguien que ve en el habla el punto más alto que haya escalado el hombre buscando saciar su sed de conocimiento y de comunicación, es decir, de avanzar positivamente en la historia como ente social, y de ahondar como individuo en el contacto con sus semejantes. Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor; seriamos, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos. Y es entonces que en las encrucijadas críticas, en los enfrentamientos de la luz contra la tiniebla, de la razón contra la brutalidad, de la democracia contra el fascismo, el habla asume un valor supremo del que no siempre nos damos plena cuenta. Ese valor, que debería ser nuestra fuerza diurna frente a las acometidas de la fuerza nocturna, ese valor que nos mostraría con una máxima claridad el camino frente a los laberintos y las trampas que nos tiende el enemigo, ese valor del habla lo manejamos a veces como quien pone en marcha su automóvil o sube la escalera de su casa, mecánicamente, casi sin pensar, dándolo por sentado y por valido, descontando que la libertad es la libertad y la justicia es la justicia, así tal cual y sin más, como el cigarrillo que ofrecemos o que nos ofrecen. Hoy, en que tanto en España como en muchos países del mundo se juega una vez más el destino de los pueblos frente al resurgimiento de las pulsiones más negativas de la especie, yo siento que no siempre hacemos el esfuerzo necesario para definirnos inequívocamente en el plano de la comunicación verbal, para sentirnos seguros de las bases profundas de nuestras convicciones y de nuestras conductas sociales y políticas. Y eso puede llevarnos en muchos casos sin conocer a fondo el terreno donde se libra la batalla y donde debemos ganarla. Seguimos dejando que esas palabras que transmiten nuestras consignas, nuestras opciones y nuestras conductas, se desgasten y se fatiguen a fuerza de repetirse dentro de moldes avejentados, de retóricas que inflaman la pasión y la buena voluntad pero que no incitan a la reflexión creadora, al avance en profundidad de la inteligencia, a las tomas de posición que signifiquen un verdadero paso adelante en la búsqueda de nuestro futuro. Todo esto sería acaso menos grave si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una concepción de vida, del estado, de la sociedad y del individuo basado en el desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance, desde la destrucción física de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos humanos que ellos destinan a la explotación económica y a la alienación individual. Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de los mismo conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología. Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado en el desfile de los pasos de ganso. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional. Y es entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede colocarnos en desventaja frente a ese uso diabólico del lenguaje. Por la muy simple razón de que nuestros enemigos han mostrado sus capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial entre nuestros valores políticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas; puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos tales como individuo, como justicia social, corno derechos humanos, según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que las cosas no fueron así. Basta mirar hacia atrás en la historia para asistir al nacimiento de esas palabras en su forma más pura, para asentir su temblor matinal en los labios de tantos visionarios, de tantos filósofos, de tantos poetas. Y eso, que era expresión de utopía o de ideal en sus bocas y en sus escritos, habría de llenarse de ardiente vida cuando una primera y fabulosa convulsión popular las volvió realidad en el estallido de la Revolución Francesa. Hablar de libertad, de igualdad y de fraternidad dejó entonces de ser una abstracción del deseo para entrar de lleno en la dialéctica cotidiana de la historia vivida. Y a pesar de las contrarrevoluciones, de las traiciones profundas que habrían de encarnarse en figuras como la de Napoleón Bonaparte y de las de tantos otros, esas palabras conservaron su sabor más humano, su mensaje más acuciante que despertó a otros pueblos, que acompañó el nacimiento de las democracias y la liberación de tantos países oprimidos a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del nuestro. Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a poco los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias como lo estamos viendo en la mayoría de los países industrializados que continúan decididos a imponer su ley y sus métodos a la totalidad del planeta. Poco a poco esas palabras se viciaron, se enfermaron a fuerza de ser viciadas por las peores demagogias del lenguaje dominante. Y nosotros, que las amamos porque en ellas alienta nuestra verdad, nuestra esperanza y nuestra lucha, seguimos diciéndolas porque las necesitamos, porque son las que deben expresar y transmitir nuestros valores positivos, nuestras normas de vida y nuestras consignas de combate. Las decimos, si, y es necesario y hermoso que así sea; pero ¿hemos sido capaces de mirarlas de frente, de ahondar en su significado, de despojarlas de la adherencias, de falsedad, de distorsión y de superficialidad con que nos han llegado después de un itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y las entrega a los peores usos de la propaganda y la mentira? Un ejemplo entre muchos puede mostrar la cínica deformación del lenguaje por parte de los opresores de los pueblos. A lo largo de la segunda guerra mundial, yo escuchaba desde mi país, la Argentina, las transmisiones radiales por ondas cortas de los aliados y de los nazis. Recuerdo, con asco que el tiempo no ha hecho más que multiplicar, que las noticias difundidas por la radio de Hitler comenzaban cada vez con esta frase: Aquí Alemania, defensora de la cultura». Si, ustedes me han oído bien, sobre todo ustedes los mas jóvenes para quienes esa época es ya apenas una página en el manual de historia. Cada noche la voz repetía la misma frase: .Alemania, defensora de la cultura». La repetía mientras millones de judíos eran exterminados en los campos de concentración, la repetía mientras los teóricos hitleristas proclamaban sus teorías sobre la primacía de los arios puros y su desprecio por todo el resto de la humanidad considerada como inferior. La palabra cultura, que concentra en su infinito contenido la definición más alta del ser humano, era presentada como un valor que el hitlerismo pretendía defender con sus divisiones blindadas, quemando libros en inmensas piras, condenando las formas más audaces y hermosas del arte moderno, masificando el pensamiento y la sensibilidad de enormes multitudes. Eso sucedía en los años cuarenta, pero la distorsión del lenguaje es todavía peor en nuestros tilas, cuando la sofisticación de los medios de comunicación la vuelve aún más eficaz y peligrosa puesto que ahora ataca los últimos umbrales de la vida individual, y debido a los canales de la televisión o las ondas radiales puede invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones. Mi propio país, la Argentina, proporciona hoy otro ejemplo de esta colonización de la inteligencia por deformación de las palabras. En momentos en que diversas comisiones internacionales investigaban las denuncias sobre los::miles y miles de desaparecidos en el país, y daban a.. conocer informes aplastantes donde todas las formas de violación de derechos humanas aparecían probadas y documentadas; la junta militar organizó una propaganda basada en el siguiente slogan: «Los argentinos somos derechos y humanos». Así, esos dos términos indisolublemente ligados desde la Revolución Francesa y en nuestros días por la Declaración de las Naciones Unidas, fueron insidiosamente separados, y la noción de derecho pasó a tomar un sentido totalmente disociado de su significación ética, jurídica y política para convertirse en el elogio demagógico de una supuesta manera de ser de los argentinos. Véase como el mecanismo de ese sofisma se vales de las mismas palabras: como somos derechos y humanos, nadie puede pretender que hemos violado los derechos humanos. Y todo el mundo puede irse a la cama en paz. Pero acaso no haya en estos momentos una utilización mas insidiosa del habla que la utilizada por el imperialismo norteamericano para convencer a su propio pueblo y a los de sus aliados europeos de que es necesario sofocar de cualquier manera la lucha revolucionaria en El Salvador. Para empezar se escamotea el termino «revolución«, a fin de negar el sentido esencial de la larga y dura lucha del pueblo salvadoreño por su libertad -otro término que es cuidadosamente eliminado-; todo se reduce así a lo que se califica de enfrentamientos entre grupos de ultraderecha y de ultraizquierda (estos últimos denominados siempre como «marxistas«), en medio de los cuales la junta de gobierno aparece como agente de moderación y de estabilidad que es necesario proteger a toda costa. La consecuencia de este enfoque verbal totalmente falseado tiene por objeto convencer a la población norteamericana de que frente a toda situación política inesperada como inestable en los países vecinos, el deber de los Estados Unidos es defender la democracia dentro y fuera de sus fronteras, con lo cual ya tenemos bien instalada la palabra «democracia en un contexto con el que naturalmente no tiene nada que ver. Y así podíamos seguir pasando revista al doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que como se puede comprobar cien veces, golpea a las puertas de nuestro propio discurso político con las armas de la televisión, de la prensa y del cine, para ir generando una confusión mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deberíamos hacerlo. ¿Pero en qué consiste ese deber? Detrás de cada palabra está presente el hombre como historia y como conciencia, y es en la naturaleza del hombre donde se hace necesario ahondar a la hora de asumir, de exponer y de defender nuestra concepción de la democracia y de la justicia social. Ese hombre que pronuncia tales palabras, ¿está bien seguro de que cuando habla de democracia abarca el conjunto de sus semejantes sin la menor restricción de tipo étnico, religioso o idiomático? Ese hombre que habla de libertad, ¿está seguro de que en su vida privada, en el terreno del matrimonio, de la sexualidad, de la paternidad o la maternidad, está dispuesto a vivir sin privilegios atávicos, sin autoridad despótica, sin machismo y sin feminismo entendidos como recíproca sumisión de los sexos? Ese hombre que habla de derechos humanos, ¿está seguro de que sus derechos no benefician cómodamente de una cierta situación social o económica frente a otros hombres que carecen de los medios o la educación necesarios para tener conciencia de ellos y hacerlos valer? Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros. Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser. Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente nuestros. La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Josip

Cuando comienza el frío, su piel se destiñe. Su cuerpo adelgaza, se vuelve transparente, se encorva. Camina lento, cambiando su espacio cada día. Deambula, buscando un techo, un lugar protegido. El entorno que lo envuelve, gris, húmedo, le recuerda sin piedad aquél sitio lejano que alguna vez había abandonado tras el estallido feroz e insensible de la guerra. Lo había perdido todo, le habían quitado sus raices, su tronco, sus ramas. La nostalgia invade su presente, la destemplanza. Llueve, sus lágrimas se unen a la lluvia en un solo canto que atraviesa su alma como una gran tempestad. Lo espanta esta realidad, pero no encuentra su camino. Cristina Kovasevic

El último café

El colectivo se sacudía al chocar con el empedrado, con valentía el vidrio de la ventanilla impedía que las gotas de lluvia, violentas, chocaran con mi rostro. El paisaje combinaba perfectamente con mi tristeza. El transitar por las calles nubladas por la lluvia, desplazándome como si estaría adentro de un sueño no me ayudaba mucho a superar el mal rato que acababa de pasar. Los compases regulares de una música del tango se repetían en mi memoria….”Miro la garúa, y mientras miro, gira la cuchara de café”… Evoco cuando después de unos días de ausencias débilmente justificadas aceptó mi invitación “¿tomamos un café?”,el miedo hizo que sintiera cierta euforia, pero íntimamente la sospecha se apoderaba de mi como una sombra lúgubre que me envuelve lentamente. Llegué al bar radiante, perfumada, preparada para continuar esta historia de amor que me conectaba a una realidad añorada, deseada. Sólo ver su postura, su mirada lejana me hizo sospechar que sus expectativas no eran las mías…”Lo nuestro terminó, dijiste en un adiós de azúcar y de hiel” ¿Cómo seguir?¿Cómo pararme de esa silla que me apretaba a su presencia? Levantarme e irme….aceptar su desamor… El agua torrencial se deslizaba por la vidriera del bar y yo ya no sabía si era la lluvia o eran mis lágrimas que fluían, rebeldes…El tin-tin de la cucharita contra la taza de café susurraba los últimos compases de esta historia. Entonces …sin más…me levanté y corrí sin paraguas debajo del aguacero ..”Recuerdo tu desdén, te evoco sin razón, te escucho sin que estés…” Desde mi asiento observo los rostros de los pasajeros, indiferentes…deseo estar en el lugar de cualquiera de ellos, no quiero sentir esta soledad, quiero que alguien me mire y me tome la mano…quiero despertarme aliviada y sentir que sólo había sido un sueño…pero los compases vuelven, sonoros, violentos…”Y allí con tu impiedad, me vi morir de pie, medí tu vanidad y entonces comprendí mi soledad sin para que llovía y te ofrecí…el último café”… Mónica Mancini

jueves, 18 de octubre de 2012

Miedos

Antes de entrar por primera vez a la sala de parto la médica que me entrenó para tener a mi hija sin miedo hizo que un grupo de parturientas y yo practicáramos una suerte de simulacro del parto. Por lo tanto conocimos el sillón, la sala donde íbamos a parir a nuestros bebes e hicimos todos los pujos jadeos y respiraciones con el mismo empeño que después sucedió en el parto real. Ella predicaba aquello de que se teme lo que no se conoce. Ese día dejé de tenerle miedo al parto. Ese día comprendí cuanto tienen de fabricados los fantasmas que nos asustan. Derroté a los miedos El tiempo se fue deslizando bajo a mis pies; transité un camino en donde esos miedos fabricados no me perturbaban demasiado, ya sabía de que se trataba hasta que me encontré con una nueva variedad no identificada. Veinte años después de mi primera gestación y con otras dos a cuestas volví a parir, ya no un ser humano sino mi primer libro de cuentos. En él existen dos páginas invisibles que nunca verán la luz. Están paralizadas por el miedo, solo son un secreto entre el protagonista de la historia y yo. Es ese miedo perdurable, que acecha en cada esquina, en cada Falcon verde, en una conversación hecha en voz alta , el miedo que cose las bocas, que no deja vivir. NN vive, a pesar del miedo, tiene el pelo blanco, la espalda corva, el andar suave del anciano. Me enteré hace poco que alberga una nieta que vino a estudiar a Rosario. Nunca más hablamos sobre el tema. Esta vez el miedo lo tengo yo. No quiero destapar el suyo. ¿Para qué?… Ya no me importa publicar una historia repetida. Me basta con que él haya aliviado conmigo un poco el peso de ese miedo que todavía lo acompaña.

lunes, 20 de agosto de 2012

Nada nuevo bajo el sol

Allá por el 400 antes de Cristo un griego llamado Aristófanes escribía comedias y polemizaba con los filósofos. De las once que llegaron hasta nuestros días una de ellas Lisístrata es la que motiva este comentario. Ya está dicho que podemos ver reflejados en la antigua Grecia muchas situaciones y conductas actuales .Basta con leer a Aristófanes para darse cuenta que las huelgas y los piquetes no son exclusivos de la postmodernidad Lisístrata, es una mujer ateniense, que harta ya de no ver a su marido, pues el está siempre en guerras, decide reunir a un grupo de mujeres, de diferentes partes de Grecia. Ella les plantea, que tras mucho cavilar, ha llegado a la solución de como acabar con la guerra del Peloponeso, y así poder ver a sus maridos; esto es nada más y nada menos que la abstención sexual. Las mujeres se escandalizan, pues consideran al sexo lo mejor de este mundo. Tras el paso del tiempo las mujeres aceptan, y pactan un juramento el cual rezaba que excitarían a sus maridos, pero no practicarían el sexo. Cada mujer se encarga de propagarlo por toda su ciudad, así ningún hombre podría satisfacer sus deseos sexuales. Las mujeres toman la Acrópolis ateniense, donde se encuentra el dinero de la ciudad, así no podría ser usado con fines militares. El coro de ancianos de ese lugar intenta echarlas manteniendo una lucha verbal, entre los dos coros. Llega un comisario con arqueros, con el mismo fin, pero ni aún así lo consiguen. La lucha verbal pasa a corporal. Algunas mujeres intentan dejar la lucha pues no soportan más, pero Lisístrata las convence para que vuelvan a su puesto, en la Acrópolis. Los hombres de toda Grecia, andan quejándose pues tienen “inflamada la ingle”. Finalmente, desde Esparta, vienen unos embajadores para firmar la paz con Atenas, pues el deseo sexual es tan grande, que puede hasta con la guerra. Así cada hombre se va con su mujer, ellas felices por el fin de la guerra, y ellos felices por calmar su apetito sexual. Las mujeres afirman que son las que administran el hogar y que eso es una prueba de eficiencia y falta de corrupción. Por eso ellas retienen el erario público a pesar de las protestas masculinas, pues saben que los hombres lo usarán para la guerra. Ha llegado el momento de que ellas les digan a los hombres qué hacer. Las mujeres, que han sido heridas como madres y esposas, se unen más allá de las rivalidades políticas porque comparten un sufrimiento. Me imagino lo polémica que debe haber sido esta obra en su época. La mujer se reducía la ámbito del oikos, la casa, y el hombre tenía a su cargo los asuntos de la polis. En Las nubes, 423 a. C. otra sátira de Aristófanes contra los nuevos filósofos como Sócrates , encuentro otra situación que me transporta a la actualidad. El gesto obsceno de levantar el dedo medio, que muchos creeríamos actual, aparece en esta comedia escrita cuatrocientos años antes de Cristo En sus páginas un señor ignorante al que le hablan de un verso dáctilo (en griego, dedo) yergue el mayor y pregunta: "¿Cuál...? ¿Éste?", con lo que seguramente despertó las risas del público. Como se ha podido leer hasta aquí hay actitudes, costumbres y conductas que son inherentes al hombre de cualquier época y de cualquier lugar. La literatura, entendida no solo como ficciones que nos permiten pasar un buen momento, nos posibilita el conocimiento y la comprensión de mucho de lo que sucede a nuestro alrededor, entre otras virtudes. Rosi Mendicino

martes, 20 de marzo de 2012

Soy punto y coma

Frente a este proyecto me siento un punto entre miles de posibles palabras, un acento, sólo una coma que puede ser reemplazada. La idea de la novela, en su totalidad, se muestra como un globo inflado de helio que se escapa de las manos para dejar lugar al miedo. Miedo de no poder concebirla, de no atreverme a idearla.
La veo como un monstruo de dientes afilados que me persigue en el sueño, sólo allí me permito pensar que sería posible intentar llevar adelante un plan para desarrollarla.
Por ahora puedo sentir que soy de ella y por ella sólo un punto, una palabra, una coma, que puede, sin concesiones, ser descartada.

Liliana Savoia

lunes, 19 de marzo de 2012

REFLEXIÓN ACERCA DE ESCRIBIR UNA NOVELA

Pienso que para escribir una novela no hay recetas, sólo opiniones de quienes han transitado por la experiencia de recrear un mundo para poblarlo de personajes que transitan entre distintos conflictos. Hablo de recrear mundos porque las palabras, pese a su riqueza, reflejan lo que nuestros sentidos perciben de manera subjetiva. Cada individuo es un cosmos donde el entorno y los afectos son decodificados de manera particular. Y en esta urdimbre de sucesos políticos, sociales, artísticos, ecológicos, sentimentales, esotéricos, científicos, que sirven de sustento a nuestra vida, encontraremos la materia prima para construir las historias que aspiran al destino de independizarse de nuestra mente. Es posible que nuestras novelas no trasciendan más que del papel de la primera copia, pero la aventura de reconstruir lugares, paisajes, relaciones y seres vivos que interactúen según el deseo de nuestra imaginación, es una sensación prodigiosa. Intentemos. Démonos la oportunidad. Como dice Ray Bradbury:
“....si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin divertirse, únicamente es un escritor a medias; significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo; ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos; sin ese vigor, lo mismo daría que cultivara melocotones o cavara zanjas...”
Escribamos primero para nosotros, para contarnos las ficciones que nos regocijen o para dar testimonio de las situaciones que nos inquietan. El premio mayor es ver la obra terminada.
Carmen Retamero